Mi hijo es una persona con discapacidad y aun no lo acepto.
Cuando recibí el diagnóstico de mi hijo sabía que mis planes para una vida “normal” habían cambiado para siempre, no era una postergación o un cambio ligero, era un giro inesperado que me dejaba congelado y en duelo, tenía una pérdida, no sabía bien la naturaleza de esta pérdida y porque se sentía así. Durante meses e incluso años despertaba después de una noche donde NO DESCANSABA, en el breve tiempo entre el sueño y el estar plenamente despierto pensaba que todo había sido un sueño o que probablemente mi hijo estaría ya “curado”... y no, todo seguía igual. Nunca pude llorar, mi llanto estaba atrapado, desearía haber podido llorar por horas como narran en las historias de los libros o se ve en películas, llorar hasta el agotamiento hasta que se hubiera borrado toda huella de esa tristeza que me apretaba el corazón y asfixiaba mi mente, Constantemente sentía que la vida siempre había sido injusta conmigo, ni siquiera mis logros anteriores me sabían bien, ahora significaban poco o ha